G a l a r d o n a r i o    b u f o

 

SONETO  ARBITRAL

 

Luce calzas cortas, el bobalías.

Aguanta el tipo, y amarra el silbato.

Bigote español no pierde el olfato:

Sanciona infracciones por bulerías.

Rehuye barullos con maestría,

saca tarjetas, en rito malvado,

y con aire de chulo iluminado,

borra del campo la monotonía.

“¡Pelagallos senil, vaca lechera!

Majadero, lelo: cómete el pito!”,

se oye rebuznar feliz  a la gente.

Alboroto, tropel y borrachera:

La chusma feroz recurre al delito,

zurrando al pazguato, tan ricamente.

 

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TARDE DE TOROS

 

Codiciado colofón, excelso filón de oro.

Casta, agallas y morro, eso pide la afición.

Sublime consagración: las dos orejas y el rabo,

el bravío del ganado, vuelta al ruedo y ovación.

 

Por fin suena el pasodoble, ya comienza el paseíllo.

Primero el alguacilillo, que atiende pío al redoble.

Después viene lo más noble del toreo, el mayor brillo:

los maestros de amarillo, negro azabache y de ocre.

 

Aniñados subalternos, visten harapos de luces,

se cuelgan al cuello cruces, y plantan cara a los cuernos.

Picadores sempitermos, camuflados de avestruces,

en caballos andaluces descienden a los infiernos.

 

Chicuelinas, naturales, trompicón y volapié;

tres cornudos-chimpancé, tras los mansos a toriles.

Monosabios siderales, ganaderos y parné;

la Virgen de Lavapiés y treinta guardias civiles.

 

Tres puyazos, voltereta, banderillas y cornada;

pinchazo y mala estocada, sangre brava en la cuneta.

Mar arbolada y retreta: Salir por la puerta falsa.

Patinaje sobre salsa, la mitad de una peseta.

 

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